Me he puesto a contar los cabellos violentamente arrancados por mi propia
mano, ante la frontal desesperación de no ver un amanecer por las cataratas en
el corazón que me impiden pasar un pequeño rayo, tragar la vital pastilla; esa
medicina anti pesadillas.
Parese un poco dramático todo cuando lo ves desde un cristal astillado. Peor
aún, cuando el cristal lo has roto tú. Jalo la polea para sacar mis miedos del
pozo, pero suelto sueños que se van corriendo; despavoridos, estúpidos y
frágiles pero al final, tan míos que los comprendo y entre sollozos y gemidos
de esfuerzo cierro los ojos para seguir con mi rescate.
Esperé tanto para estar frente esto que ahora he olvidado qué decir, cómo
dar el primer golpe y cómo recibirlos.
Al teléfono habla mi espejo, el que refleja lo que soy sin siquiera tenerme de frente, y que cuanto más dice, más verdad escupe sobre la luz roja. ¿Quién dijo que la verdad no duele? pero duele aún más la realidad arribando después de un fuerte oleaje de utopía y falsas esperanzas. No nos separa más que el viento y esos ecos que duran unos cuantos días volando en mis oídos. Tus reflejos repiten en mis recuerdos, y me duele, me aniquila por dentro, pero aquí estoy, jadeando una vez más sobre el invento del hombre mismo que siglos atrás creó con el sudor de una frente atemporal a la mía y que sirve de ejemplo para no desistir, para no dejar de pedalear.